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lunes, 14 de junio de 2010

Las acequias mendocinas, de canales de riego a vaciaderos de residuos



Un estudio sobre la contaminación de estos canales de riego en el Gran Mendoza revela que los habitantes ya no los valoran como símbolos de la cultura del agua y del desarrollo provincial.
Por Leonardo Oliva prensa@uncu.edu.ar

Lo que alguna vez fue un desierto puede volver a serlo, si se atiende a la observación realizada por dos investigadoras de la UNCuyo en Mendoza: “En la actualidad, el signo emblemático del paisaje mendocino es más la cultura del trabajo que la del agua, a pesar de que la segunda engendró a la primera”.

Gloria Zamorano, doctora en Geografía, se planteó junto a su colega María Belén González analizar la contaminación de las acequias de gran parte de la ciudad (la Capital, Godoy Cruz y Guaymallén) para evaluar de qué manera la gente valora y usa estos canales de riego y cómo actúan los organismos estatales para difundir su importancia.

Aunque la investigación todavía no concluye, las profesionales ya han avanzado en conclusiones parciales alarmantes que contrastan con el espíritu original que le impusieron a las acequias los primitivos habitantes del territorio mendocinos: los huarpes.

Según explica Zamorano, a través de encuestas entre la población observaron que no existe formación sobre la cultura del agua en la enseñanza, ya sea pública o privada, en todos los niveles educativos. Por eso proponen “incorporar esta temática sustancial en todas las escuelas de la provincia, tanto en el nivel primario como en el secundario”.

En segundo término, detectaron otra falla: “ni el Estado provincial ni los municipios se ocupan seriamente de transmitir la importancia de la cultura del agua a los habitantes, para lograr una imagen colectiva más nítida, lo cual redundaría en el comportamiento de ellos en su territorio”.

¿Riego o vaciaderos de residuos?

La creciente demanda de agua, el despilfarro y la contaminación que las investigadoras observaron, las llevó a afirmar que no existe, en la población mendocina, una verdadera conciencia sobre la importancia que tiene el recurso hídrico para la vida y el desarrollo económico provincial.

Lo comprobaron encuestando a los habitantes de quince barrios del Gran Mendoza. Los individuos consultados viven en las viviendas en cuyas acequias se ha observado contaminación en las cuatro estaciones del año.

Según los resultados de una muestra de dos poblaciones de Guaymallén (una de clase media y otra de clase baja), los habitantes le dan hoy mayor importancia al trabajo humano perseverante en el desarrollo de Mendoza, mientras que les pasa desapercibida la relevancia del riego sistematizado, “que es el elemento esencial que ha permitido la existencia del oasis”, explica Zamorano.

“La segunda variable alude a la función de la acequia –continúa la geógrafa-: únicamente 30% de los encuestados consideran que la acequia sirve como cauce de riego y desagüe de lluvias; también sólo 30% indican que su función es la de desagüe; 63% valorizan a éstas como conductos para irrigación de los árboles; y 7% señalan, lamentablemente, que son vaciadero de residuos”.

Además, en el relevamiento sólo el 37% de los encuestados citó a los huarpes como los creadores de los acueductos. Según Zamorano, esto demuestra que existe un lamentable desconocimiento de la edad de las acequias en Mendoza, que datan del siglo III, desde la presencia huarpe, gracias a la influencia de la civilización inca.

Este diagnóstico es más grave mientras menor es la categoría socioeconómica de los barrios, ya que allí es donde más residuos se acumulan en las acequias, según observaron. Y explican esta diferencia en que en este sector social es donde confluyen las causas principales de la pérdida de cultura del agua: las falencias en la educación y en la propaganda del Estado.

“Los municipios del Gran Mendoza carecen de políticas ambientales integradas y sostenibles. Y los organismos de gestión fomentan la discriminación ambiental, es decir que disminuyen la calidad y la cantidad de los servicios cuando atienden a los habitantes de los niveles socioeconómicos más bajos”, concluye Zamorano.

Un grupo de investigadores viene desde hace cuatro años trabajando sobre la relación que existe entre el consumo de hortalizas y el cuidado de la salud humana. Su foco está puesto en el ajo y la cebolla, dos nobles productos de consumo a nivel mundial, cuyo cultivo está muy arraigado en el oeste de nuestro país.

Aunque la tarea de los profesionales de la UNCuyo y el INTA está lejos de acabar, ya pueden enorgullecerse de haber identificado los componentes en el germosplasma argentino de ambas hortalizas que son benéficos para la salud, sobre todo para disminuir riesgos cardiovasculares.

El grupo trabaja sobre los cultivares que se producen en nuestro país (casi el 80% del ajo y el 40% de la cebolla surgen en la región cuyana), usando modelos in vitro y mediante experiencias con animales para demostrar su eficacia.

A la hora de la cocina
En las últimas décadas se han fundamentado, mediante estudios clínicos, epidemiológicos y de laboratorio algunos efectos benéficos para la salud asociados al consumo de ajo y cebolla. A partir de ello, la industria farmacéutica ha desarrollado varios formulados de ajo (polvos, tabletas, aceites esenciales, extractos oleosos o hidro-alcohólicos, etc.) que se venden como “antiplaquetarios”, compuestos que mejoran la salud cardíaca.

Los últimos resultados revelados por los científicos sugieren que los máximos beneficios para la salud se obtienen mediante el consumo de ajo y cebolla cruda y molida y que la forma de preparación y cocción puede alterar significativamente la efectividad de estas hortalizas como agentes antiplaquetarios.

“La eficacia de ajos y cebollas como agentes antitrombóticos ha sido demostrada en extractos crudos, en diferentes tipos de preparaciones (aceites, extractos hidro-alcohólicos, polvo seco, etcétera) y en varios de sus compuestos aislados y purificados. Sin embargo, estas hortalizas generalmente no se consumen crudas, sino que son cocidas previo a su consumo”, se lamenta Claudio Galmarini, quien forma parte del grupo de investigadores de la UNCuyo y el INTA sobre el tema.

Según explica el especialista, el calor de la cocción de las hortalizas impide que se formen los compuestos “antitrombóticos”, es decir, las propiedades que evitan el riesgo cardiovascular.

Por eso, la investigación del grupo de Galmarini busca ampliar la oferta varietal de ajos y cebollas para diversificar su uso. “En el país se llevan desde hace muchos años -especialmente en la regional del INTA en La Consulta (Mendoza)- planes de mejoramiento genético para la obtención de cultivares e híbridos adaptados a diferentes regiones, condiciones productivas y fines de aprovechamiento”, explica el profesional.

Mientras tanto, sugiere que, como está comprobado, los mayores beneficios para la salud se obtienen cuando el ajo fresco se consume en crudo y molido, ya que el calentamiento por 10 minutos puede eliminar completamente sus propiedades antiplaquetarias del ajo.

Con respecto a la cebolla, evaluaron también el efecto de su cocción y concluyeron que “el máximo valor nutracéutico de la cebolla se obtiene mediante su consumo en forma cruda o moderadamente cocida (3 minutos) y procesada. El calentamiento prolongado (unos 20 minutos) a temperaturas mayores de 95 ºC tuvo efectos pro-agregatorios (es decir, estimulando la agregación de plaquetas), tanto en cebollas enteras como previamente procesadas. Estos resultados sugieren que el exceso de cocción en cebolla podría tener efectos negativos sobre el sistema cardiovascular”.

A tono con una tendencia mundial de investigación sobre los beneficios de estas hortalizas –que acompaña el crecimiento en su consumo-, Cuyo se afianza no sólo como productor de ajo y cebolla sino también como desarrollador de variedades propias que hagan más saludable la cocina argentina.

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